Matrimonio y familia: instituciones sociales, patrimonio de la humanidad
El matrimonio no lo inventó la iglesia católica y es una institución mucho más antigua que el estado y la democracia. Ha pasado por innumerables trasformaciones a lo largo de la historia y tiene matices muy diversos a lo ancho del mundo hoy en día. Prácticas matrimoniales como la violación y casamiento forzado, promovidos por la biblia, hoy nos parecen aberraciones. Para los occidentales es muy difícil comprender los matrimonios arreglados y la poligamia, sin embargo son prácticas totalmente aceptadas en muchos países. Ha sido motivado por fines económicos, sociales, políticos, reproductivos y románticos.
Sin embargo, en todos los casos, se trata de la presentación en sociedad de un nuevo núcleo familiar. A lo largo de la historia, la potestad de declarar ante la comunidad la formación de una nueva familia ha sido otorgada a diversas instituciones por los mismos individuos que tienen fe en su autoridad. Desde un jefe tribal y las iglesias, hasta los estados.
El matrimonio, como el habla, no es propiedad privada de nadie, sino un patrimonio cultural de la humanidad, una institución viva, sujeta a cambio y evolución. Aunque exista una Real Academia de la Lengua Española, los hablantes recreamos contantemente el habla y les damos la chamba a los productores de diccionarios de actualizarse contantemente detrás de los hablantes.
Si la RAE se opusiera a institucionalizar alguna palabra nueva, no la podemos obligar, pero ella no nos puede impedir usarla. Nosotros no pretendemos ni podemos imponerle a la ninguna iglesia que case parejas del mismo sexo si esto no encaja en su concepción de matrimonio. Sin embargo el derecho a casarnos con quien amamos no nos lo puede quitar nadie.
Con respecto al estado es diferente, pues es una institución a la que pertenecemos todos. Ahí sí nos toca insistir hasta que se respeten nuestros derechos.
Sin embargo, el estado tampoco puede impedir que nos casemos, que constituyamos familias y que nos amemos. Podrán perseguirnos, violentar nuestros derechos a la paternidad, negarnos reconocimiento legal, pero, ya lo dije, el matrimonio es una institución social y cultural. Basta con reunirse en comunidad, designar una persona que la represente y realizar una ceremonia. Llevar un registro, que ya existe. No se trataría de un matrimonio simbólico, sino de algo real fundado en el amor y sustentado por nuestras pequeñas o grandes comunidades de amigos y familiares.
Los matrimonios que pujan por formarse y los ya formados merecen reconocimiento social y está en nuestras manos dárselo. No pueden esperar a que la nación despierte de sus cucufaterías.